viernes, 25 de abril de 2008

Contenidos.

por Gabriel Fernandez *

Después de mucho decir vemos que en una parte de la sociedad y muy especialmente en el gobierno, se discute el tema comunicacional.
Según ha dicho el compañero Gabriel Mariotto, hay una determinación firme para avanzar en la nueva Ley de Radiodifusión, más ecuánime y democrática.
Ella permitiría el acceso al aire de gremios, universidades, cooperativas, organizaciones sociales y populares en general.
Como si esto fuera poco, parece que habrá modificaciones en la televisión por cable. Y se habla de un nuevo canal de aire, destinado a morigerar la influencia de la torpeza presente.
Aunque también se habla del triple play; sea cual fuere la resolución en ese plano, cualquier apertura damnificaría la monopolización.
Eso no es todo. Cuentan los amigos que habrá un rediseño en la política estatal hacia Papel Prensa. Y que varios empresarios meterían mano en las acciones de Clarín, especialmente en las que posee Goldman Sachs.
Un verdadero e interesante batifondo, propio de tiempos dinámicos atravesados por intereses diversos. Propio, también, de los remezones que provoca un pueblo en las calles, aunque (casi) nadie lo enfoque.

Si usted, lector, llegó hasta aquí, es porque le interesa el asunto. Ya debe haber leído las declaraciones de los funcionarios, el pataleo de los colegas de la claringrilla, y los pareceres de tipos como Fontevecchia, Lanata y Grondona.
Es probable también que conozca los reclamos de las radios comunitarias, los planteos de las agencias de internet y los pronunciamientos de algunas vertientes políticas populares.
¿Qué le parece si vamos hacia otro perfil del mismo asunto? Lea tranquilo, prepare el mate. Afloje la espalda.

Antes, una aclaración: es muy --pero muy-- probable que más tarde o más temprano, el despliegue de la tecnología, pese al control y todas las mañas empresariales, derive en una nueva democratización parcial de la comunicación.
A decir verdad, no hay con qué darle. Hoy las radios entran en una caja, las televisoras en una habitación, las computadoras más o menos potentes permiten emitir textos, audios, imágenes.
En breve, la tendencia se acentuará. Y si bien habrá una brecha entre ellos y nosotros, el asunto se complejizará para quienes anhelan tener la manija sobre todo lo que se escribe, se dice y se muestra.
Claro: de cumplirse las mejores previsiones antes planteadas, los cambios llegarán más temprano y no más tarde. En cualquier caso, nadie dejará nada sin pelear, nadie conseguirá algo sin dar batalla.

Pero la preocupación que queremos plantear es más o menos así. Resulta que el medio no es el mensaje. Resulta que el mensaje se adecúa y se transfigura según el medio; pero el medio no es el mensaje.
Sabrá disculpar esta obviedad que sin embargo resulta escandalosa para muchos teóricos de la comunicación: el mensaje es el mensaje.
Si el zapping es imponente, la transmisión cobrará espectacularidad; si la lectura disminuye, la síntesis resultará determinante; si la capacidad de atención es menor, la musicalización y los cortes pondrán los límites.
Y será --porque es-- cierto todo: que no se puede ir a fondo en un análisis breve, que una toma de pocos segundos implica un sesgo, que si la idea no se explaya, se olvida. Todo un problema conceptual y técnico.
Pero el mensaje es el mensaje. Porque en una elaboración, corta o extensa, rasgada o sesuda, llamativa o densa, hay un contenido.

Los medios de comunicación en la Argentina --de izquierda a derecha, de arriba abajo, grandes y chicos-- tienen una endeblez en su trasfondo que debería preocupar al Estado, a los centros de estudios, a los directivos y a los periodistas.
El público también debería preocuparse.
La verguenza que implica para una sociedad el sentido canalizado por el periodismo en los tiempos recientes es el emergente de una realidad generalizada. Los movileros racistas, los comentaristas antidemocráticos, los conductores antipopulares, los analistas económicos antinacionales, configuran un cuadro certero del drama cultural.
En los centros de estudios --estatales y privados-- a los cuales concurren los jóvenes estudiantes de la comunicación, se desconoce la verdadera historia del periodismo argentino.
Pero también, como no podía ser de otra manera, se ignoran obras centrales del pensamiento nacional. Autoridades, docentes, directivos de medios, periodistas, consideran que la aproximación a los textos de Arturo Jauretche y Raul Scalabrini Ortiz, por mencionar apenas dos emblemas, no guarda relación con la cobertura de las informaciones de actualidad.
Hay quienes ni siquiera han oido hablar de ellos. Hay quienes piensan que son antiguos. Hay quienes suponen que no resisten el zapping, la síntesis y los cortes. Hay quienes infieren que es pura charlatanería.
Se forman con nada, en muchos casos, que es lo mismo que hacerlo con las ideas circulantes emitidas por las usinas culturales. Con textos conservadores y liberales, en otros, preferentemente surgidos de la teoría estadounidense. Con materiales progresistas y hasta populares, varios, de origen europeo y con real valía para su propio entorno.

Así surgen cosas muy interesantes. El asedio vulgar del locutor rápido contra un reclamo social. La exigencia de libertad para los dueños de los medios por parte de un empleaducho. El clamor antiestatal del que cree en el equilibrio de las fuerzas del mercado.
Pero también: el descreimiento en las elecciones del analista rebelde; el llanto naturalista del periodista ecólogo; el no me caso con nadie del comentarista independiente; el son todos ladrones del denunciante enfático y libertario.

De todo, menos el análisis de fondo --con todos los recursos técnicos para la captación de lectores y audiencia que se deseen o se precisen-- de quien informa y analiza la realidad desde el pueblo y desde el sur. Es decir, como Rodolfo Walsh, posicionado social y geográficamente.

Eso no es todo. Nuestros funcionarios, docentes, directivos de medios y periodistas, se privan de la comprensión que generan la observación y el conocimiento. Veamos algunos ejemplos.
Jauretche permite a quien lo lee con detenimiento quebrar el circuito de ideas razonables, admitidas y prestigiadas. Una vez que el lector se zambulle en su universo, percibe que los esquemas que ha recibido durante años se desmoronan y siente la saludable sensación de un mirar sin vidrios opacos.
Ni siquiera importa que el tigre del moñito haga referencia a hechos pasados, a personajes muertos, a situaciones ya inexistentes. De lo que se trata es de aprehender el desenfado para palpar la realidad, vivirla, sentirla y razonarla, desde un mirador popular regional que hace estallar las otras perspectivas, asentadas en intereses y zonas lejanas.
Por vueltas que le demos, el conflicto agropecuario ha sido difundido y comentado desde el interés de la Sociedad Rural Argentina y desde la cultura antipopulista del Norte del continente. Es decir, muy pocos medios y periodistas lo encararon desde el interés del poblador común argentino y desde la experiencia histórica del sur continental.
Y así siguiendo, con los demás temas.

Hemos visto, con satisfacción, que numerosos agrupamientos juveniles adoptan los nombres de personajes de la cultura nacional para identificarse. También, que bandas musicales suelen reivindicarlos en sus canciones. Se trata de pasos trascendentes para la divulgación de obras capitales.
Pero también comprobamos que rara vez semejantes homenajes nominales se convierten en acciones claras destinadas al sencillo hecho de lograr el conocimiento concreto y profundo de esos trabajos. Que los mismos militantes desconocen las figuras que hacen flamear. Y que no hay iniciativas enérgicas para insertar los textos en la formación diaria.
A ver si nos entendemos: en pocas zonas del continente ha surgido un pensamiento, y por tanto un periodismo, tan original y certero como en nuestro país, pero el mismo está censurado --eso sí es censura, no el rechazo de un artículito-- en los espacios de investigación y estudio, y por supuesto en los medios.
Así, los periodistas actuales más perspicaces, deben lanzarse sin herramientas a desbrozar toda una trama económica, política y cultural arrancando de cero. Como si no existieran sólidos, variados y útiles antecedentes que pudieran permitirles orientarse con celeridad ante realidades cambiantes, pero con rastro detectable.

Ahora se viene una lidia en verdad profunda. Y se potencian, entonces, nuestras responsabilidades. Muy bien por los hombres y mujeres de Estado que, al fin --al fin-- observaron que entregar la comunicación de un país a un puñado de empresas constituye un hecho antidemocrático.
Ya los sindicatos salieron a exigir medios. Bien por ellos. Y los alternativos, comunitarios o como se los quiera llamar, plantearon sus derechos. Y las cooperativas, con toda justicia, clamaron un lugar. Y habrá más, porque la sociedad argentina es rica en elaboración, en creatividad.
Nos sumamos a esas demandas y consideramos valioso que las franjas populares las hagan propias, pues de allí nacen, allí se alimentan y allí han de desplegarse las mejores experiencias comunicacionales de este trozo del mundo.
Sin embargo, con la satisfacción de ver plasmadas tantas exigencias formuladas por reducidos núcleos de trabajadores de prensa y pensadores nacionales en cien años de (relativa) soledad, nos permitimos interpelar a los voceros de ese clamor acerca de los contenidos que piensan insertar en los medios que, más tarde o más temprano, surgirán o crecerán en los tiempos venideros.

Porque el medio no es el mensaje. A decir verdad, el lugar del mirador es el mensaje.

Quien no quiebre la cultura y la información hegemónicas, ¿para qué quiere un medio? ¿Para imitar a Lanata (o peor, a Grondona), desde un espacio más cálido, más transgresor o más humilde?
Sabemos que en los lugares alternos que se han expresado con altavoz en los tiempos recientes, late la garra jauretcheana para dar la pelea conceptual que brinda "volumen de juego" a las luchas callejeras. Es preciso, ahora mismo, empezar a tirar de la punta correcta de la razón para desgarrar en mil pedazos el oscuro manto que ha aprisionado las voces de la vida misma, por décadas, en esta hermosa provincia de la Patria Grande llamada Argentina.

*Director La Señal Medios / Director Periodístico Revista Question Latinoamérica

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1 comentario:

Prensa dijo...

Queridos compañeros:
Muy bueno lo de la bandera, los felicito.


Saludos



JP CORDOBA