miércoles, 2 de abril de 2008

Norberto Galasso sobre el lockout patronal.

Lo histórico y lo actual

Por Norberto Galasso *
pagina 12

Frente a los acontecimientos que suceden en relación
con el campo, ocurre que el ciudadano común se
pregunta a veces inocentemente: ¿cuál es la razón por
la cual tanto el gobierno de Perón como el actual se
atribuyen el derecho de quedarse con una parte de las
utilidades que provienen del "esforzado" trabajo del
mundo agropecuario? Reside aquí una de las tantas
trampas de nuestra historia y de nuestra política. Se
oculta que el negocio agropecuario, en cualquier parte
del mundo, tiene una renta, una ganancia, normal y
propia del capitalismo en que se vive, pero que
además, en la Argentina tiene una superganancia -que
ha sido llamada con razón "renta agraria diferencial"-
y es sobre esta que se produce hoy la acción del
Gobierno. Esto se origina en que el campo argentino
posee una fertilidad asombrosa -una capa de humus
importante que lo convierte en las praderas más
rendidoras del mundo y también un clima propicio que
evita gastos en tinglados y otros medios de protección
del animal-. En su momento, Federico Pinedo sostuvo
que en Argentina producir un kilo de carne costaba
ocho veces menos que producirlo en Francia. Años
después, Scalabrini Ortiz sostuvo que esa relación era
de 1 a 5. De uno u otro modo, esto significa que en
relación con los precios del mercado mundial, los
productores argentinos -salvo aquellos expoliados por
altos arrendamientos y con menor productividad por la
extensión de campos marginales- obtienen, cuando
venden al exterior, no sólo ganancias normales, sino
también esas "rentas diferenciales". Por esta razón,
cuando Perón les quitaba una parte de la renta
diferencial a través del IAPI y el control de cambios,
o ahora el Gobierno, a través de las retenciones, no
caen en pérdidas ni dejan de producir, lo cual
ocurriría si no existieran esas condiciones
excepcionales del campo argentino. Esta situación se
torna fabulosa cuando, además de la renta agraria
diferencial, los precios internacionales se desbordan
alcanzando valores asombrosos como últimamente, por
ejemplo, con la soja.

En la estrecha mentalidad rentística y parasitaria de
los dueños de los campos todas esas ganancias, la
normal, la diferencial y la proveniente del precio
internacional, les pertenecen a ellos por un regalo de
Dios, o de la naturaleza, como usted quiera. Para
ellos, esa ventaja excepcional no es de la Argentina,
sino únicamente de ellos, porque sus antepasados han
sido los "avivados" de la enfiteusis rivadaviana o los
amigos de Anchorena y Mitre, robándoles la tierra a
los gauchos, como denunció Hernández, o pagando a
tanto la oreja de indio para quedarse con las inmensas
estancias del sur. En esa vieja historia de
latrocinios están fundados los reclamos de hoy, que
son latrocinios también y que, a su vez, salvo raras
excepciones, tienen empleos parasitarios que ellos
mismos reconocen hoy cuando dicen que el número de
cabezas de ganado es el mismo de hace muchos años
atrás, pero que, desgraciadamente, los argentinos
somos más y les restamos los saldos exportables. Por
eso quieren exportar sin que les toquen los precios
altísimos y, al mismo tiempo, vender internamente a
esos mismos precios. A todo este panorama se suma el
trasfondo político del movimiento: suponen que con
cacerolas pueden hacer lo mismo que hizo el pueblo
contra la entrega y la impotencia de De la Rúa, pero
en eso también se equivocan. Vivimos otros tiempos y
el viejo mundo va quedando atrás indefectiblemente.

* Historiador y ensayista.

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